“No pido riquezas, ni esperanzas, ni
amor, ni un amigo que me comprenda; todo lo que pido es el cielo sobre mi y un
camino a mis pies”
Gysell Cobos / Enmanuel Villalobos
Un desgastado sombrero que oculta cada pelo
gris de su cabellera, reflejando el arduo recorrido por el río de la vida y la
nostálgica mirada que acompaña su rostro tostado por el inclemente sol de la
ciudad donde pasa infinitos días, largas horas e interminables minutos, es el
accesorio que identifica al ‘Pintor’, ‘Sambare’ o, mejor dicho, a Manuel
Alberto Alvarado González, conocido simplemente como Alberto Alvarado, un
curioso personaje de la ciudad de Maracaibo que pasa sus días y noches en la
acera de la calle de atrás del Hospital Psiquiátrico de Maracaibo, en Bella
Vista.
Bajo un verdoso árbol que ha crecido gracias
a la mayor bendición que dice tener –la lluvia-, con unos cactus de protección
que le sirven de límite entre su “hogar” y la calle, además de una cloaca de
donde salen ratas del tamaño de conejos, así vive Alberto, un hombre que a
pesar de las precarias condiciones de su improvisado refugio, maquilla con una
sonrisa la inmensa cantidad de recuerdos que lo acompañan cada minuto que transcurre
en su vida.
Este desaliñado personaje quién en algún momento
de su vida fue monaguillo de la iglesia del sector Zapara, nació hace 56 años,
del vientre de una maestra de el Batey, en la población de Bobures, “un pueblo
de negritos” –como él mismo lo describe- llamada Gladys Josefa González, quién según
él, “enseñaba a personas mayores porque en aquel tiempo había mucho analfabeta”.
“Esa era una zona de cañaveral, allá queda la central azucarera de Venezuela y
por eso no había educación” señaló con el tono filosófico que lo caracteriza y
describiendo el mínimo detalle de cada lugar al que se refiere cuando habla. “¡¡José Hilario!, así se
llamaba el padre mío” exclamó Alvarado luego de hablar sobre su vida en
Bobures. Su progenitor tocaba cuatro y trabajaba de carnicero en los hoy desaparecidos ‘Supermercados Victoria’.
Un
ser especial.
“El
está muy consciente de todo, su historia es interesantísima, es increíble saber
que una persona como él, en esas condiciones, haya tenido un pasado tan
interesante”, explica Daniela Prada, una rover del Grupo Scout Lucila Palacios,
cuya sede es cercana al hogar de Alvarado y lo conoce desde que él llegó al
sector, al mismo tiempo, señala que una de las cosas más impresionantes es que
él “ha viajado por toda Venezuela”, y aunque resulte difícil de creer, Alberto
ha recorrido varios estados venezolanos y en cada uno de ellos, según sus
propias palabras, se ha “destacado”.
Sambare
estudió su primaria en el colegio ‘República del Ecuador’ en Caracas y también
cursó estudios en la Escuela de Artes Plásticas en Barquisimeto, fue allí donde
aprendió a hablar francés e inglés, idiomas que aún practica cuando a alguna
persona se le ocurre expresar una frase en cualquiera de las mencionadas
lenguas y sorpresivamente este personaje le responde con una perfecta claridad,
“habían profesores que venían de otros países, y ellos nos enseñaban inglés,
francés, hasta italiano”, explica Alberto.
Carúpano, al norte del estado Sucre, fue el
pueblo que lo recibió al prestar servicio militar en la infantería de marina
para posteriormente laborar en el Batallón Simón Bolívar del estado Vargas,
donde fungió como ayudante de enfermería, tarea que continuó incluso en su
traslado a la isla de la Orchila. "Yo me destaque en la Guaira vacunando a
los niños contra la polio, ¡la segunda
dosis!, yo me recorrí todos esos
cerros caminando, en una campaña", señaló Alberto acompañado por un
suspiro que dejó al descubierto los recuerdos que posee de esa etapa de su
vida.
“Todo
se lo debo a mi familia”
Su padre le enseñó el negocio de la
pescadería, área en la que trabajó en la capital venezolana antes de irse a
vivir con un tío a Barquisimeto: “la gente fabrica instrumentos y por eso le
dicen la capital musical de Venezuela” –nuevamente Alvarado decide demostrar
sus conocimientos culturales-, pero Sambare siguió trabajando la pescadería tras
su regreso a Maracaibo en los años 80, limpiando y quitando las escamas de los
pescados en el mercado del malecón.
Su hermana, Morela González, acompañó junto a
Alberto a su madre hasta el día de su muerte en el que alguna vez fue su hogar,
ubicado en el sector Cerros de Marín, localidad que describe como "un
sector muy humilde, donde vivían y todavía viven personas muy pobres".
Pero el amor que ellos sentían por la
señora Gladys, la persona a quien ellos le deben la vida y agradecen cada día a
pesar de no contar con su presencia física, hizo que cada uno continuara su vida
en rumbos diferentes. Morela se casó y formó un nuevo hogar en el sector Santa
Lucía con su esposo y sus tres hijos, sobrinos de Alberto, quien al referirse a
ellos intentaba ocultar con una sonrisa la nostalgia y los recuerdos que
vuelven a su mente. Por su parte y a raíz de esto, Sambare decidió armar el
adán e improvisado refugio en el cual vive en una permanente zozobra, ya que
según él, tiene que dormir con “un ojo abierto y uno cerrado” porque en las
noches “hay muchos sospechosos que se quedan mirando”.
La
otra cara de la moneda
Así como El Pintor se ha ganado el cariño y
respeto de muchos vecinos en el sector donde vive, algunas personas no
comparten la idea de que él resida allí. Tal es el caso de la señora Carmen
Gotopo, “vecina” de Alberto, a quien le molesta su presencia en la calle; “A
veces se reúne o se va por ahí con otros indigentes, debe ser a fumar droga”,
también alega que ha llamado en reiteradas oportunidades a los bomberos y a la
policía para que se lo lleven, pero éstos nunca se apersonan al lugar.
Frente al refugio de Alberto existe una
vidriera, en donde labora el señor Félix Bracamonte, a quien tampoco le agrada
la idea de que Alberto viva en el sector y describe como éste empezó con unas
plantas en la acera y ahora “lleva casi media cuadra adornada –con tono
sarcástico- eso más bien hace que la ciudad se vea más fea”.
Embellecer
la ciudad, su misión.
“¡El
es un indigente! lo que hace es traer toda la basura y la pone en la acera” es
la manera como describe Gotopo a Alvarado. Pero estas declaraciones no
concuerdan con lo que Alvarado dice luchar; “No me gusta que boten basura, que
ensucien las calles, pero hay mucha gente porfiada que bota la basura en la
calle”.
Sambare, preocupado por la situación, dice
que; “Hay que mantener todo limpiecito, sin monte y sembrar y sembrar para
embellecer la ciudad”. A pesar de las pocas herramientas que posee, esto no le
impide a Alvarado luchar por su misión y para ello hace uso de sus desgastadas
manos; “Yo voy a seguir limpiando. Tengo un rastrillo por ahí que nada mas
tiene tres dientes. ¡Ya
eso no es rastrillo!” con una picara sonrisa en su rostro describe los
instrumentos de limpieza del lugar donde vive.
Sin embargo, embellecer la ciudad
manteniéndola limpia no es la única misión de Alberto, su mayor pasión es el
arte y en su refugio posee toda una galería de pinturas, esculturas y murales
realizados por él; “Yo no las vendo, si alguien viene y le gustan yo se las
regalo, porque yo lo que quiero es llenar a Maracaibo de arte, yo quiero dar
clases de pintura, para los niños”
La
fé, su única herramienta indestructible
En la mayoría de sus pinturas, Alberto
refleja su devoción por la religión católica, rostros de Cristo, vírgenes y
santos predominan en su arte, un calendario del año 2006 con imágenes
religiosas le acompaña en su morada y lo ayudan a recordar las características
físicas de cada una de ellas para luego pintarlas.
Alberto comenzó pintando en carboncillo,
después se especializó en óleo; “Los profesores lo mandaban a uno a centros
turísticos a dibujar paisajes, retratos, amaneceres”, pero confiesa que lo que más
le gusta en primer lugar, es retratar personas, así como también dibujar paisajes.
El dibujo de un árbol que ocupa más de la
mitad de una hoja tipo carta, a su lado una vivienda con una chimenea, y la
diminuta figura de un hombre con un sombrero, llama la atención de la psicóloga
de el Departamento de Formación del Talento Humano de la Dirección de Recursos
Humanos de la Universidad del Zulia, Elayne González, quien analizó el dibujo
de Sambare aplicando los indicadores del test de la autora Karen Machover sobre
la figura humana, determinando con ellos las condiciones psicológicas en las
que se encuentra Alberto Alvarado en la actualidad.
Para González, el arte de Sambare refleja
incapacidad de control, sumisión, ensimismamiento y sentimiento de
inferioridad. Vale destacar que la mencionada psicóloga, al desconocer el
sujeto que realizó el dibujo, incluye una nota en su análisis que plantea que
se debe “explorar su área social, su situación actual y quienes producen las
mencionadas situaciones”. Estos elementos planteados por la reconocida
psicóloga engranan a la perfección con la personalidad de Alvarado, pues su
sentimiento de inferioridad se refleja de una forma impresionante al momento de
bajar su triste mirada mientras interactúa con sus semejantes.
La
depresión y la poca afectividad son otros de los elementos que González acierta
en torno a la vida de Sambare, a pesar de que él recibe ayuda de muchas
personas que lo conocen desde que habita en su refugio, Alberto considera a los
animales como sus únicos compañeros. “Me envenenaron a los tres perros que tenía,
y me hacen falta los animales porque ellos avisan en la noche cuando viene una
persona extraña” señala con la voz quebrada El Pintor.
La
vida continúa
Mientras tanto, Alberto lleva a cuestas los
recuerdos de su juventud, su familia y sus amigos, llenos de experiencias que
lo transportan a aquellas épocas de felicidad plena y lo hacen llorar de
alegría, porque sabe que todo su conocimiento y su sensibilidad para con la
naturaleza y su alrededor es gracias a todas las personas que se cruzaron en su
camino, para bien o para mal, pero también estos recuerdos lo hacen llorar de
tristeza, porque sabe que son como las estrellas fugaces, no volverán y para él
“van pasando los años y se van muriendo los amigos. Hace falta estar con ellos,
conversar y echar cuentos... Lo deja a uno pensativo con los recuerdos”.
Para Sambare “La vida es la mejor cosa que se
ha inventado” ideal que comparte junto a Gabriel García Márquez en su libro ‘El
coronel no tiene quien le escriba’, libro que señala como su favorito entre
muchos otros y mientras reposa bajo su frondoso árbol, la vida sigue
transcurriendo para él, sin pedir riquezas, ni esperanzas, ni amor, ni un amigo
que lo comprenda; sólo pide un cielo sobre él y un camino a sus pies.
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