domingo, 6 de noviembre de 2011

ESTAMPA ZULIANA: * SEMBLANZA: ALBERTO ALVARADO

“No pido riquezas, ni esperanzas, ni amor, ni un amigo que me comprenda; todo lo que pido es el cielo sobre mi y un camino a mis pies”

Gysell Cobos / Enmanuel Villalobos
Un desgastado sombrero que oculta cada pelo gris de su cabellera, reflejando el arduo recorrido por el río de la vida y la nostálgica mirada que acompaña su rostro tostado por el inclemente sol de la ciudad donde pasa infinitos días, largas horas e interminables minutos, es el accesorio que identifica al ‘Pintor’, ‘Sambare’ o, mejor dicho, a Manuel Alberto Alvarado González, conocido simplemente como Alberto Alvarado, un curioso personaje de la ciudad de Maracaibo que pasa sus días y noches en la acera de la calle de atrás del Hospital Psiquiátrico de Maracaibo, en Bella Vista.
Bajo un verdoso árbol que ha crecido gracias a la mayor bendición que dice tener –la lluvia-, con unos cactus de protección que le sirven de límite entre su “hogar” y la calle, además de una cloaca de donde salen ratas del tamaño de conejos, así vive Alberto, un hombre que a pesar de las precarias condiciones de su improvisado refugio, maquilla con una sonrisa la inmensa cantidad de recuerdos que lo acompañan cada minuto que transcurre en su vida.
Este desaliñado personaje quién en algún momento de su vida fue monaguillo de la iglesia del sector Zapara, nació hace 56 años, del vientre de una maestra de el Batey, en la población de Bobures, “un pueblo de negritos” –como él mismo lo describe- llamada Gladys Josefa González, quién según él, “enseñaba a personas mayores porque en aquel tiempo había mucho analfabeta”. “Esa era una zona de cañaveral, allá queda la central azucarera de Venezuela y por eso no había educación” señaló con el tono filosófico que lo caracteriza y describiendo el mínimo detalle de cada lugar al que se refiere cuando habla. “¡¡José Hilario!, así se llamaba el padre mío” exclamó Alvarado luego de hablar sobre su vida en Bobures. Su progenitor tocaba cuatro y trabajaba de carnicero en  los hoy desaparecidos ‘Supermercados Victoria’.
Un ser especial.
 “El está muy consciente de todo, su historia es interesantísima, es increíble saber que una persona como él, en esas condiciones, haya tenido un pasado tan interesante”, explica Daniela Prada, una rover del Grupo Scout Lucila Palacios, cuya sede es cercana al hogar de Alvarado y lo conoce desde que él llegó al sector, al mismo tiempo, señala que una de las cosas más impresionantes es que él “ha viajado por toda Venezuela”, y aunque resulte difícil de creer, Alberto ha recorrido varios estados venezolanos y en cada uno de ellos, según sus propias palabras, se ha “destacado”.
 Sambare estudió su primaria en el colegio ‘República del Ecuador’ en Caracas y también cursó estudios en la Escuela de Artes Plásticas en Barquisimeto, fue allí donde aprendió a hablar francés e inglés, idiomas que aún practica cuando a alguna persona se le ocurre expresar una frase en cualquiera de las mencionadas lenguas y sorpresivamente este personaje le responde con una perfecta claridad, “habían profesores que venían de otros países, y ellos nos enseñaban inglés, francés, hasta italiano”, explica Alberto.
Carúpano, al norte del estado Sucre, fue el pueblo que lo recibió al prestar servicio militar en la infantería de marina para posteriormente laborar en el Batallón Simón Bolívar del estado Vargas, donde fungió como ayudante de enfermería, tarea que continuó incluso en su traslado a la isla de la Orchila. "Yo me destaque en la Guaira vacunando a los niños contra la polio, ¡la segunda dosis!, yo me recorrí todos esos cerros caminando, en una campaña", señaló Alberto acompañado por un suspiro que dejó al descubierto los recuerdos que posee de esa etapa de su vida.
“Todo se lo debo a mi familia”
Su padre le enseñó el negocio de la pescadería, área en la que trabajó en la capital venezolana antes de irse a vivir con un tío a Barquisimeto: “la gente fabrica instrumentos y por eso le dicen la capital musical de Venezuela” –nuevamente Alvarado decide demostrar sus conocimientos culturales-, pero Sambare siguió trabajando la pescadería tras su regreso a Maracaibo en los años 80, limpiando y quitando las escamas de los pescados en el mercado del malecón.
Su hermana, Morela González, acompañó junto a Alberto a su madre hasta el día de su muerte en el que alguna vez fue su hogar, ubicado en el sector Cerros de Marín, localidad que describe como "un sector muy humilde, donde vivían y todavía viven personas muy pobres".
Pero el amor que ellos sentían por la señora Gladys, la persona a quien ellos le deben la vida y agradecen cada día a pesar de no contar con su presencia física, hizo que cada uno continuara su vida en rumbos diferentes. Morela se casó y formó un nuevo hogar en el sector Santa Lucía con su esposo y sus tres hijos, sobrinos de Alberto, quien al referirse a ellos intentaba ocultar con una sonrisa la nostalgia y los recuerdos que vuelven a su mente. Por su parte y a raíz de esto, Sambare decidió armar el adán e improvisado refugio en el cual vive en una permanente zozobra, ya que según él, tiene que dormir con “un ojo abierto y uno cerrado” porque en las noches “hay muchos sospechosos que se quedan mirando”.
La otra cara de la moneda
Así como El Pintor se ha ganado el cariño y respeto de muchos vecinos en el sector donde vive, algunas personas no comparten la idea de que él resida allí. Tal es el caso de la señora Carmen Gotopo, “vecina” de Alberto, a quien le molesta su presencia en la calle; “A veces se reúne o se va por ahí con otros indigentes, debe ser a fumar droga”, también alega que ha llamado en reiteradas oportunidades a los bomberos y a la policía para que se lo lleven, pero éstos nunca se apersonan al lugar.
Frente al refugio de Alberto existe una vidriera, en donde labora el señor Félix Bracamonte, a quien tampoco le agrada la idea de que Alberto viva en el sector y describe como éste empezó con unas plantas en la acera y ahora “lleva casi media cuadra adornada –con tono sarcástico- eso más bien hace que la ciudad se vea más fea”. 
Embellecer la ciudad, su misión.
¡El es un indigente! lo que hace es traer toda la basura y la pone en la acera” es la manera como describe Gotopo a Alvarado. Pero estas declaraciones no concuerdan con lo que Alvarado dice luchar; “No me gusta que boten basura, que ensucien las calles, pero hay mucha gente porfiada que bota la basura en la calle”.
Sambare, preocupado por la situación, dice que; “Hay que mantener todo limpiecito, sin monte y sembrar y sembrar para embellecer la ciudad”. A pesar de las pocas herramientas que posee, esto no le impide a Alvarado luchar por su misión y para ello hace uso de sus desgastadas manos; “Yo voy a seguir limpiando. Tengo un rastrillo por ahí que nada mas tiene tres dientes. ¡Ya eso no es rastrillo!” con una picara sonrisa en su rostro describe los instrumentos de limpieza del lugar donde vive.
Sin embargo, embellecer la ciudad manteniéndola limpia no es la única misión de Alberto, su mayor pasión es el arte y en su refugio posee toda una galería de pinturas, esculturas y murales realizados por él; “Yo no las vendo, si alguien viene y le gustan yo se las regalo, porque yo lo que quiero es llenar a Maracaibo de arte, yo quiero dar clases de pintura, para los niños”
La fé, su única herramienta indestructible 
En la mayoría de sus pinturas, Alberto refleja su devoción por la religión católica, rostros de Cristo, vírgenes y santos predominan en su arte, un calendario del año 2006 con imágenes religiosas le acompaña en su morada y lo ayudan a recordar las características físicas de cada una de ellas para luego pintarlas.
Alberto comenzó pintando en carboncillo, después se especializó en óleo; “Los profesores lo mandaban a uno a centros turísticos a dibujar paisajes, retratos, amaneceres”, pero confiesa que lo que más le gusta en primer lugar, es retratar personas, así como también dibujar paisajes.
El dibujo de un árbol que ocupa más de la mitad de una hoja tipo carta, a su lado una vivienda con una chimenea, y la diminuta figura de un hombre con un sombrero, llama la atención de la psicóloga de el Departamento de Formación del Talento Humano de la Dirección de Recursos Humanos de la Universidad del Zulia, Elayne González, quien analizó el dibujo de Sambare aplicando los indicadores del test de la autora Karen Machover sobre la figura humana, determinando con ellos las condiciones psicológicas en las que se encuentra Alberto Alvarado en la actualidad.
Para González, el arte de Sambare refleja incapacidad de control, sumisión, ensimismamiento y sentimiento de inferioridad. Vale destacar que la mencionada psicóloga, al desconocer el sujeto que realizó el dibujo, incluye una nota en su análisis que plantea que se debe “explorar su área social, su situación actual y quienes producen las mencionadas situaciones”. Estos elementos planteados por la reconocida psicóloga engranan a la perfección con la personalidad de Alvarado, pues su sentimiento de inferioridad se refleja de una forma impresionante al momento de bajar su triste mirada mientras interactúa con sus semejantes.
 La depresión y la poca afectividad son otros de los elementos que González acierta en torno a la vida de Sambare, a pesar de que él recibe ayuda de muchas personas que lo conocen desde que habita en su refugio, Alberto considera a los animales como sus únicos compañeros. “Me envenenaron a los tres perros que tenía, y me hacen falta los animales porque ellos avisan en la noche cuando viene una persona extraña” señala con la voz quebrada El Pintor.
La vida continúa
Mientras tanto, Alberto lleva a cuestas los recuerdos de su juventud, su familia y sus amigos, llenos de experiencias que lo transportan a aquellas épocas de felicidad plena y lo hacen llorar de alegría, porque sabe que todo su conocimiento y su sensibilidad para con la naturaleza y su alrededor es gracias a todas las personas que se cruzaron en su camino, para bien o para mal, pero también estos recuerdos lo hacen llorar de tristeza, porque sabe que son como las estrellas fugaces, no volverán y para él “van pasando los años y se van muriendo los amigos. Hace falta estar con ellos, conversar y echar cuentos... Lo deja a uno pensativo con los recuerdos”.
Para Sambare “La vida es la mejor cosa que se ha inventado” ideal que comparte junto a Gabriel García Márquez en su libro ‘El coronel no tiene quien le escriba’, libro que señala como su favorito entre muchos otros y mientras reposa bajo su frondoso árbol, la vida sigue transcurriendo para él, sin pedir riquezas, ni esperanzas, ni amor, ni un amigo que lo comprenda; sólo pide un cielo sobre él y un camino a sus pies.


Para: www.somoszulianos.com



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